miércoles, 26 de junio de 2013

LOS VIVOS Y LOS MUERTOS


Eliphas Levi

Pasando una vez el Cristo por el campo de las tumbas, encontró a un joven que estaba de rodillas
y lloraba ante una cruz. Al verle Jesús, se compadeció de su dolor, y aproximándose le dijo: ¿Por
qué lloras?
Volvióse el joven, y extendiendo la mano respondió: -Mi madre está allí desde hace tres días.
-No, hijo mío, tu madre no está ahí. -respondió Jesús- Ahí sólo se ha depositado el último
vestido que abandonó; ¿por qué lloras, pues, sobre un despojo inservible? Levántate y marcha; tu
madre te espera.
El doliente movió tristemente la cabeza y dijo:
-No, esperaré aquí la muerte e iré a reunirme con mi madre.
-¡La muerte espera a la muerte, y la vida va en pos de la vida! No entristezcas con un dolor
egoísta y estéril, el alma de aquella que te ha precedido; no retardes su marcha hacia Dios
con tu desesperación y tu inercia. Su amor vive aún en tu corazón, y no la habrás perdido si la
haces vivir dignamente en tí. En vez de llorar a tu madre, resucítala. No me mires con admiración,
ni pienses que me burlo de tu dolor. Aquella cuya pérdida lamentas está cerca de tí; uno de los
velos que separaba vuestras almas ha caído; queda uno todavía, y, separados sólo
por ese velo, debéis vivir el uno para el otro; tú trabajarás para ella y ella rogará por tí.
-¿Cómo trabajaré para ella? respondió el huérfano. Ahora que está debajo de tierra, no tiene
necesidad de nada.
- Te engañas hijo mío, confundiendo el cuerpo con el vestido.
Ella tiene ahora, más que nunca, necesidad de inteligencia y de amor en el mundo donde vive. Tú
eres la vida de su corazón y la preocupación de su espíritu, y ella te llama en su ayuda.
Para tener el derecho de descansar, es preciso trabajar. Si no trabajas por tu madre torturarás su
alma. Por eso te dije: Levántate y anda; porque el alma de tu madre se levantará y marchará
contigo, y tú la resucitarás en tí si haces fructificar su pensamiento y su amor. Ella tiene un cuerpo
en la tierra: es el tuyo; tú tienes un alma en el cielo: es la suya. Que esa alma y este cuerpo
marchen juntos y tu madre revivirá.
Creeme, hijo mío, el pensamiento y el amor no mueren jamás, aquellos a quienes creeis muertos
viven más que tú si piensan, y más todavía, si aman.
Si la idea de la muerte te entristece y te espanta, refúgiate en el seno de la vida; allí encontrarás a
todos aquellos que te aman.
Los muertos son los que no piensan y no aman, pues trabajan para la corrupción, y la corrupción
a su vez los consume.
Deja pues a los muertos llorar por los muertos, y vive con y para los vivos. El amor es el lazo de
las almas, y cuando este lazo es puro, es indestructible.
Tu madre te precede; marcha hacia Dios, pero está encadenada a tí; y si tú te duermes en la pena
egoísta, se verá obligada a esperarte y sufrirá. Pero yo te digo, en verdad, que todo el bien que
puedes hacer, le será tenido en cuenta a su alma, mientras que si haces el mal sufrirá
voluntariamente la pena. Por eso te repito; si la amas, vive para ella.
El joven, entonces, se levantó. Sus lágrimas cesaron de correr, y contempló la faz de Jesús con
admiración, pues el rostro del Cristo estaba radiante de inteligencia y de amor, resplandeciendo la
inmortalidad en sus ojos.
Tomando al joven de la mano, Jesús le dijo: Ven.
Le condujo enseguida sobre una colina que dominaba a la ciudad entera, y exclamó:
¡Mira el verdadero campo de las tumbas!
Allá en esos palacios que entristecen el horizonte, hay muertos a los que es necesario llorar, más
que aquellos cuyos restos yacen aquí, pues esos no descansan. Se agitan en medio de la
corrupción y disputan su pasto a los gusanos; son semejantes a un hombre enterrado en vida. El
aire del cielo falta a sus pulmones, y la tierra gravita sobre éllos. Están encerrados en las estrechas
y miserables instituciones que han hecho para sí, como en las tablas de un féretro.
Joven que llorabas y cuyas lágrimas secó mi palabra, llora y gime ahora sobre los muertos que
sufren aún. Llora sobre aquellos que se creen vivos y que son cadáveres atormentados. A esos
hay que gritar con poderosa voz: ¡Salid de vuestras tumbas!
¡Oh! ¿Cuándo resonará la trompeta del angel? El angel que debe despertar al mundo es el angel
de la inteligencia, el angel que debe salvarlo es el angel del amor.
La luz será entonces como el relámpago que brilla en Oriente y refulge al mismo tiempo en
Occidente. A la voz de aquél, el cuerpo de Cristo que es el pan fraternal, será revelado a todos, y
las águilas se reunirán alrededor del cuerpo que debe alimentarlos. Entonces el verbo humano,
libertado de los intereses egoistas, se unirá al Verbo divino; y la palabra unitaria, resonando en el
mundo entero, será la trompeta del angel.
Los vivos se levantarán, los vivos a quienes se les habrá creido muertos y que sufrirán esperando
la liberación, y todo lo que no es muerto se pondrá en marcha e irá delante del Señor; mientras
que el viento barrerá las cenizas de los que ya no son.
Joven, mantente dispuesto, y guárdate de morir. Vive para aquellos que amas, ama a aquellos que
viven, y no llores por los que han subido un grado más en la escala de la vida; llora por los
muertos.
Tu madre te amaba; te ama por consiguiente, mucho más en este instante en que su pensamiento y
su amor están libres de las pesadas barreras de la tierra. Llora por los que no piensan en tí y no te
aman.
Pues te digo, en verdad, que la humanidad solo tiene un cuerpo y un alma, y vive doquiera se
trabaja y se sufre.
Un miembro insensible al bienestar y al dolor de los otros miembros, está muerto y debe ser
suprimido en breve.
Dichas estas cosas, el Cristo desapareció de la vista del joven, quien, después de haberse
quedado algunos instantes inmóvil, y como bajo la impresión de un ensueño, emprendió
silenciosamente el camino de la ciudad, diciendo: Voy a buscar a los vivos entre los muertos. Y
haré bien a todos aquellos que sufren sufriendo con ellos y amándolos, a fin de que mi madre lo
sepa y me bendiga en el Cielo; pues ahora comprendo que el Cielo no está lejos de nosotros y
que el alma es al cuerpo, lo que el cielo material es a la tierra.
El cielo que rodea y sostiene a la tierra se abreva en la inmensidad, como nuestra alma se
embriaga de Dios mismo.
Y los que viven en el mismo pensamiento y en el mismo amor, no pueden separarse jamás.
Publicado en "El Loto Blanco" (Diciembre 1917)

martes, 25 de junio de 2013

El Ajedrez o juego de la vida y la muerte


Aun cuando, de todos es sabida la versión de que, el ajedrez es un juego de origen hindú; obsérvese con curiosidad como, la tradición Hermética, lo ubica a través de Platón y Sócrates,  como de origen egipcio, inventado por el Dios Thot, según indica EL FEDRO o del Amor.

Es una cosmogonía donde dos jugadores se enfrentan con ejércitos que, según observaremos más adelante, son mas interiores que exteriores, pues su conformación es de castas, según el oficio de cada cual y representan algún aspecto humano que usamos para bien o para mal.

Comencemos por el tablero, cuadrado representación de lo humano de lo manifestado, de lo terrenal, no por casualidad, pues cada lado representa uno de los elementos. Sin olvidar que para las tradiciones, el cuadrado tiene connotaciones mágicas. Tiene el terreno de juego o tablero ocho columnas de base o por lado, número que inspira un simbolismo intermediario o de transición entre la tierra, cuadrado y el cielo, circulo; formando así 64 casillas 8x8 que corresponden al cuadrado mágico de Mercurio-Hermes, por tanto de intermediación entre Dioses y hombres.

Observemos como Hod es la octava sefirat del árbol de la vida, que a su vez es la iniciadora del ascenso hacia keter. No extraña que 64 sea concordante con las tradiciones chinas a través de los hexagramas que también son 64 y configuran el texto del I Ching o de las transmutaciones y son 8 los trigramas iniciales. También es posible observar la ciclisidad dado que 64 es submúltiplo de 25.920 que es el periodo de precesión de la tierra y que además es considerado por los hindúes como el ciclo completo del aliento de Brahma (inspiración y exhalación divina) o Manvantara y más modernamente un ciclo equinoccial completo según han podido calcular los astrónomos.

Veamos como el carácter cíclico del tablero, también lo observamos al notar que 64 es 6+4=10 que se asocia con la vuelta al origen y la carta No. 10 del Tarot que es la rueda de la fortuna, equivalente a la rueda del Sansara para los budistas. Este arcano anuncia un nuevo ciclo. En él se observan dos animales, uno que asciende y otro que desciende, tal como los ejércitos en conflicto del ajedrez. En la parte superior de la rueda hay otro ser, que está por encima y que representa al iniciado que trasciende el ciclo y se convierte en un observador de los acontecimientos (verbi gracia la postura de los propios jugadores en sí).

64 casillas, 32 blancas y 32 negras y además 32 figuras en conflicto; la relación con la Cábala judía se hace evidente. En el Sefer Yetsira se señala: “Con 32 senderos míticos de sabiduría gravo Dios, el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel”. Las 32 veces que aparece el nombre de Dios en el primer capítulo de la Torah, las 22 letras del alefato y las 10 sefirot que configuran toda la sabiduría. Caminos estos que debe recorrer y abrir cada individuo en su peregrinar hacia la libertad.

En el ajedrez aprendemos que luz y tinieblas, día y noche, bien y mal se oponen, pero se complementan, porque uno no existe sin el otro. René Güenon  nos señala como el blanco simboliza lo manifestado y el negro lo no manifestado. El blanco que realmente es incoloro, es la fuente original de toda la gama cromática, dado que los colores no son más que una refracción de ese haz de luz blanca, mientras que la total ausencia de luz, viene a ser el negro, así el blanco se refiere a la tierra, lo manifestado y el negro al cielo o no manifestado.

Vemos también en el ajedrez como las piezas se distribuyen en castas, en concordancia con la jerarquización tradicional de los pueblos, quedando la quinta raza como el jugador mismo. El Rey representa el estado sacerdotal o brahmánico, el corazón de cada ejército, al que hay que proteger, la esencia del juego, sin el no habría sentido en la batalla.

En su cabeza lleva una corona, que reproduce con la forma circular, el cielo al que simboliza,  y que confirma la autoridad para gobernar en orden, sobre todo lo demás. La raíz simbólica de corona es “k-r-n”, proviene de Cronos, cráneo, cuernos, y de la palabra griega Karn, que es la cúspide de la montaña sagrada Hiperbórea. Keter, la unidad, la sefira más elevada del árbol de la vida es la corona que porta el Adán Kadmon, o el hombre primordial, de la tradición judía.

El rey está ubicado inicialmente en la línea central del tablero, en un cuadro opuesto a su propio color, conjugando así los opuestos y con movilidad de una casilla en todo su alrededor, lo que deja vislumbrar un movimiento circular sobre sí mismo, así el rey se configura en el centro sobre el que gira el compas, símbolo de la inteligencia divina.

Observemos aquí que este movimiento del rey lo ubica en el centro de un cuadrado de 3x3 o cuadrado de Saturno, de movimiento lento pero inteligente. Este cuadrado de 3x3 genera uno de 9 casillas y 9 es el numero de la carta del Ermitaño, entre los arcanos del tarot, que representa un sabio anciano, un maestro interior, que también se asocia a Cronos, el tiempo que devora a sus hijos; así es como son cualidades del Rey, la paciencia, la experiencia, la soledad, la sabiduría (¿Quién puede negarlo?).

La Dama o elemento femenino del ajedrez, llamada también reina es el propio rey desdoblado en mujer, La energía concentrada del Rey, la Reina la transforma, aglutinando toda la fuerza expansiva de la creación, como una fuente de agua pura, desbordante e imperecedera, como Júpiter, progenitor de todos los Dioses, amante de la vida y misericordioso señor del mundo. Por ello los movimientos de la Dama son hacia cualquiera de las 8 direcciones que le rodean, su único límite es la existencia misma, marcada por el tablero.

El juego consiste entonces en la creación sostén y disolución del universo. El Rey simboliza el poder espiritual y la Dama o Reina, en cambio, el poder temporal. La función del poder temporal siempre será la protección del poder espiritual. Por ello vemos que la corona del Rey tradicionalmente se representa con una cruz en la parte superior, señalando el poder espiritual, en cambio la Dama, aunque coronada también, carece del símbolo, señalando el poder temporal, asociado al Rey guerrero.

En la misma fila donde se colocan el Rey y la Reina, existen tres parejas de figuras que poseen un interesante simbolismo, ubicadas, cada miembro de la pareja un cuadro de color distinto, uno blanco y otro negro y rodeando la pareja real.

La primera pareja que se coloca a los lados de la pareja real la forman los alfiles, que en algunos lugares se identifica como delfín, que quiere decir príncipe, motivo por el que se ubica como la más cercana a la pareja real. Otra representación de los alfiles es la de elefantes que portan torres en sus lomos con un arquero sobre estas.

La palabra alfil, parece derivar de “Hasti” del sanscrito, a “pil” en persa y a “fil” del árabe, que significa elefante, a lo que si le anteponemos el articulo “al” del árabe, obtenemos la palabra “alfil” o del elefante.

Por otro lado, los amonios denominaban a un oráculo “Alpha o Alphi” (la voz de Dios). En Egipto los principales oráculos eran los toros sagrados o “Apis” y “Mnevis”, por lo que era común denominar a “Alpha” o “Alphi” a los toros sagrados de Menphis y Heliopolis. Plutarco, comentando la letra “Alpha” explica que los fenicios llamaban al buey “Alpha”, así tenemos que su significado era por igual el de un oráculo o el de un animal oracular. Así el “Aleph” de los judíos representa la cabeza de un buey, y es la primera letra del alefato, muy similar a la “Alif” del alfabeto islámico.

Estas acepciones, “Alpha” o “Alph”, aplicadas a los toros Apis y Mnevis, palabras originalmente egipcias, las tomaron los fenicios para adaptarlas principalmente a los bueyes “Alpha” y después a los elefantes “elaph”, verdadera raíz de nuestro actual alfil.

Mas modernamente, ya en Europa, la figura del alfil, se asemeja a la del obispo, que con su báculo representan la unión del cielo y la tierra, así entonces se relaciona con Marte que limita la energía expansiva de Júpiter (La Reina). Por tanto, aunque se mueven en todo el tablero, como lo hace la Reina, solo lo hacen diagonalmente, en representación de ello.

En muchas tradiciones al caballo se le relaciona con el mar, es así como Poseidón es también, el dios de los caballos. El paso de las aguas en la simbología de los caballos es crucial.

En los ritos iniciáticos griegos e hindúes, el sacrificio del caballo es común y los iniciados comúnmente se cubrían con piel de caballo. Así vemos como el caballo está relacionado con el paso del Ser de un estado a otro.

En el ajedrez el caballo se mueve en L, saltando, como similitud alegórica al fuego, revelador de la fuerza del espíritu. Termina siempre en un cuadro del color opuesto al del cuadro de partida y en una columna diferente, lo que nos inspira la idea del paso a otra realidad diferente.

En el tablero hay dos caballos ubicados inicialmente en colores diferentes de la cuadricula, tal como lo intuimos de la carta del Tarot del carro, donde hay dos caballos que parecieran dirigirse a diferentes destinos, pero están guiados por el cochero como uniendo a los opuestos para superar los obstáculos, dando así la idea del proceso iniciático.

Platón en el Fedro, inspirado por Homero y Orfeo, plantea el alma como un carro gobernado por un cochero (la inteligencia) y halado por dos caballos, uno representando la fuerza y el fuego y el otro la pasión de los sentidos o el apetito.

El espacio donde se desarrolla el juego, está enmarcado por las torres, ubicadas en las esquinas del tablero encerrando el conjunto del resto de las piezas, en clara referencia a la manifestación; lo tangible que contiene la esencia de la vida y que enmarca el trabajo interior hecho por el resto de las piezas. Tanto es así que la excepcional jugada del enrosque denota la protección que la torre brinda y a su vez, simbólicamente saca al rey de las acciones del juego.

Las torres simbolizan las columnas, el eje, el elemento vertical por excelencia, como los obeliscos que simbolizaban el eje del mundo. Cada ejército posee dos torres, una sobre un cuadro blanco y otra sobre un cuadro negro, que señalan el carácter dual, presente en lo manifestado, tal como en el templo masónico las columnas J:. y B:., en reminiscencia de las dos columnas del templo del Rey Salomón o las del árbol de la vida representando el Rigor y la Gracia constitutivas de la creación.

Son puertas de paso, pilares de sabiduría. No extraña entonces que el Rey las consideres sus protectoras por excelencia. En el ataque su movimiento es recto, frontal, directo, es una pieza letal; de hecho junto a la Dama son las únicas que pueden plantear un Jaque mate en solitario, sin necesidad de ayuda ni apoyo de otras piezas.

El peón finalmente, tiene la misma acepción del obrero o del masón, que en los trabajos verdaderos, ha de desbastar la piedra bruta a fin de despojarla de asperezas, acercándola a una forma en consonancia con su destino.

Es un trabajo lleno de contratiempos, donde múltiples dificultades jalonan al iniciado en su peregrinar hacia el conocimiento y la libertad, que alcanza al ubicarse en la línea opuesta y final del tablero, donde se corona y transforma adquiriendo otras funciones en el juego.

Al comienzo del juego contempla heroicamente las posiciones del ejército contrario, con valor y resignación ve un poderoso ejército que se antoja indestructible. Hay en el tablero, ocho peones en cada ejército representativos de cada uno de los ocho oficios tradicionales que le confieren un equipaje que llevara en su lento viaje sin retorno, sin posibilidad de dar vuelta atrás, camino hacia la batalla, hacia la libertad.

El camino del peón está lleno de sacrificios, de verdaderos actos sacros, por los cuales muchos de ellos perecerán, en virtud de un fin común, de una empresa superior, que en mucho, el mismo no comprende, pero está realmente al orden con el espíritu.

El creador está presente en toda la creación, pero sin constituir ninguna de sus partes, así tablero, piezas y jugador conforman el cosmos. De hecho, la razón de ser de cada uno de los elementos del ajedrez es recordar y representar el cosmos. En el ajedrez y su disposición, se representa una serie de elementos opuestos y complementarios, que liberan batallas; una guerra, con todo su simbolismo representado en la cosmogonía del juego, es una forma de manifestación del camino hacia el conocimiento, es el viaje hacia la identidad del ser, el verdadero conocimiento de Si mismo.

En la batalla, como en el peregrinaje, deben acontecer grandes sacrificios, como en verdad ocurre en el juego, para vencer lo que ciertamente no es y así recuperar, reconocer nuestra verdadera identidad, derrotando al hombre viejo, para dar espacio al nacimiento del hombre nuevo.



"Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada Reina, torre directa y peón ladino,
sobre lo negro y blanco del camino buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero de otro tablero de negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador y éste, la pieza.

¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonía?"
 



Nicolás Quiles Pérez
M:.M:.P:.M:.
R:.E:.A:. y A:.